Budismo y psicología. Integración personal en el entorno clínico I.
Quizás la mejor manera de introducir la forma en que he integrado la práctica del budismo en mi ejercicio profesional sea comenzar por referirme a mi proceso personal en ambas disciplinas.
Inicialmente, hace ya 27 años atrás, me aproximé a la psicología como paciente, y si bien exploré diversas corrientes por períodos de tiempo prolongados, nunca logré sentirme a gusto e involucrado en ninguna de ellas. Es cierto que sí pude sentir un cierto “paño de agua fría” momentáneo, pero ningún atisbo de “encontrarme” y lograr un cambio significativo. En suma, no experimentaba estar avanzando en algún sentido que pudiera paliar la inquietud que me llevaba a ellas. Como si no pudiera “conectar” con lo que se me proponía y eso, finalmente, me generaba más confusión que alivio.
En la búsqueda de encontrar alguna explicación que me resultara coherente con lo que sentía y que encajara realmente conmigo, unos pocos años después, me aproximé al budismo. En esta ocasión sí que logré sentirme a gusto y, fundamentalmente, intuí que había encontrado un camino que me proporcionaba una dirección y una cosmología que resonaban en mí y me estimulaban a profundizar. Allí todo pareció adquirir un sentido más profundo y coherente, de manera que mi trabajo personal dentro de la psicología y el psicoanálisis giró radicalmente hasta cobrar un sentido que hasta el momento no había tenido. Tanto es así que me he convertido en psicólogo y hoy día me cuesta concebir un trabajo profundo sin una labor conjunta desde estas dos disciplinas.
Me he entretenido relatando esto con la idea de remarcar y contextualizar que mi aproximación a estas ciencias está íntegramente marcada por mi acercamiento a la práctica budista (como una herramienta útil para mi propio proceso personal) y, es desde allí, que logré abordar la psicología desde una óptica nueva que tuviera sentido para mí. De manera que mi práctica de la psicología occidental está enteramente imbuida de una visión budista. En mi opinión esto es fundamental para describir cómo aúno ambas disciplinas en mi consulta ya que la base desde la que trabajo es una visión contemplativa y a ésta he integrado la psicología.
Concretamente, para clarificar mi enfoque y visibilizar el marco de referencia al que me suscribo en cuanto a la integración entre la psicología y el budismo, me referiré al enfoque secular de éste último que hace Chögyam Trungpa Rinpoché. Así, cuando este autor alude a la finalidad principal de los profesionales de la salud nos dice: “El trabajo principal de los profesionales de la salud consiste en LLEGAR A SER PERSONAS COMPLETAS, E INSPIRAR ESTA PLENITUD en otras personas con carencias en sus vidas.” Refiriéndose a completas como UN ESTADO ESENCIAL DE LUCIDEZ en todos sus actos. Según él, esta condición corresponde a la definición de SALUD (Mental); un estado de sincronía entre el cuerpo y la mente, de presencia en el aquí y ahora, sea cual sea nuestra condición. Esta condición de estar sanos se considera como algo que ya poseemos intrínsecamente y que se corresponde con el concepto de NATURALEZA BÚDICA. Una esencia caracterizada por la salud y la bondad (algo que Trungpa también denomina “Bondad fundamental”) y que puede emerger en la medida que se liberen los condicionamientos que la velan.
Es decir, aquí CTR nos revela dos puntos fundamentales: el primero, que la naturaleza intrínseca del individuo es la Salud y, el segundo, que esa salud se corresponde con un estado de completa NATURALIDAD. En otras palabras, se pone de relevancia el hecho de que no es necesario añadir nada para lograr la salud del individuo, sino simplemente estimular que pueda contactar con esta naturaleza “sana” que ya posee.
Pero Trungpa nos advierte también, como ya hemos dejado entrever al principio, que el punto de partida de cualquier trabajo terapéutico viene precedido de una labor previa del propio profesional en este desvelamiento o reconocimiento de su propia naturaleza búdica. Esto implica que el terapeuta haya desarrollado en sí mismo, al menos en parte, sus capacidades de apertura a la experiencia, de aceptación de sí mismo de un modo incondicional (maitri – amor, amistad, compasión – hacia uno mismo) y de autenticidad. En otras palabras, que pueda reconocer su propia DIGNIDAD HUMANA en cada momento y en cualquier situación. Proporcionándose a sí mismo un entorno de NO AGRESIÓN y de CALIDEZ hacia la propia experiencia. Desde este punto de vista, CTR insiste en que el terapeuta debe haber contactado previamente con este espacio de “salud” intrínseco para poder ponerlo en juego en el contexto terapéutico.
Según él, normalmente los trastornos mentales radican en la agresividad, el rechazo de uno mismo o del mundo, de modo que es fundamental, como psicólogos, lograr un entorno de no agresividad y de confianza hacia uno mismo y, desde allí, poder proporcionar al paciente un espacio de afecto y acogimiento. El hecho de que el paciente deje de percibir al medio como hostil, le permitirá relajarse y dejar de luchar contra aquello que, en un primer momento, le resultaba amenazante. Esta percepción de amor incondicional proporcionará el ambiente de aceptación necesario para que se produzca un resquebrajamiento de la rigidez de la propia neurosis y así podamos trabajar con ella.
En este sentido es fundamental destacar que para lograr contactar con ese espacio de calidez interior es imprescindible que el terapeuta desarrolle esa sintonía interna entre el cuerpo y la mente a través de la meditación. Una integración que le permitirá contactar con su bondad fundamental y, desde allí podrá desempeñarse con una actitud honesta y congruente. Así, a través de trabajo de aproximación a ser “una persona completa”, podrá ofrecer este territorio interior de calidez y lucidez en el ámbito de la consulta. Es la misma Presencia del terapeuta la herramienta que ayuda a proporcionar un contexto inspirador al paciente. Como expresa el Dr. Chevassut, “lo que cultivamos es una actitud de PRESENCIA, caracterizada por la APERTURA, la LUCIDEZ, el AMOR, la COMPASIÓN y la AUTENTICIDAD” y, desde allí generamos el espacio desde el cual podemos acoger y proporcionar un entorno sanador.
Pero ¿cómo podemos ligar esto con nuestra práctica psicológica occidental? Sin duda podríamos conectar una disciplina con la otra desde diversos modelos teóricos, pero en mi caso me referiré a lo que más influencia mi práctica clínica y que se relaciona con la corriente humanista y más concretamente con el modelo de Carl Rogers. Hay que decir también que si bien este modelo ha impregnado gran parte de la psicología en cuanto a las actitudes básicas que debe tener un terapeuta (empatía, aceptación incondicional y congruencia), sea cual sea el modelo teórico desde el que se trabaje, su concepción de la personalidad, considerada notablemente sencilla, no ha tenido un impacto destacado, por sí misma, en la praxis psicológica. Pero, en mi opinión, lo sencillo no implica que no sea de calado, y que posea una profundidad llamativa y resonantemente, próxima a lo que nos plantea CTR.
En primer lugar, y para simplificar, podemos caracterizar la psicología de Carl Rogers como un modelo relativo a la IDEA DEL YO. Desde su planteamiento, la IDEA que tenemos acerca de nosotros dista de estar en consonancia con lo que realmente somos, nuestro YO REAL, y esa es la raíz de todo el padecimiento psicológico que sufrimos. Esta disonancia entre “lo que pensamos que somos” y “lo que realmente somos” es producto de una agresividad ejercida hacia nosotros mismos que nos mantiene desintegrados y escindidos. Es decir, hay una parte de nosotros que es sistemáticamente rechazada y no integrada que pasa a ser relegada a un estrato inconsciente. Unos contenidos que, en pugna por emerger, generan tensión y sufrimiento psíquico. De acuerdo con Rogers, es esta negación sistemática de una parte de nuestro ser, manifestada a través de percepciones, emociones y conductas del niño, lo que provoca esta distorsión en la percepción del yo individual.
Esta concepción se asienta sobre la base de que para Rogers el individuo posee una cualidad intrínseca a la que llama TENDENCIA ACTUALIZANTE. Ésta consiste en la capacidad natural de desarrollarse de un modo sano y completo. Y que, si este desarrollo no se produce, es debido básicamente a interferencias que pueden provenir tanto del entorno interior como exterior al individuo. Aquí, salvando las distancias, podríamos equiparar operativamente la tendencia actualizante con la naturaleza búdica de la que nos habla CTR. Por otra parte, Rogers argumenta que esta tendencia actualizante se ve mediada por dos necesidades vitales inherentes a la existencia humana, la necesidad de supervivencia y la necesidad de amor y reconocimiento de parte de los cuidadores primarios. En un entorno sano estas dos necesidades serían cubiertas desde una aceptación incondicional hacia el niño, lo que no produciría una separación entre su YO REAL y su YO IDEAL; no producto de una permisividad total hacia el sujeto sino de una validación de sus vivencias internas y de su “dignidad” intrínseca como persona. El problema de esta distorsión se fundamenta básicamente en la falta de aceptación de las experiencias subjetivas del niño que, con el objetivo de SATISFACER SU NECESIDADE DE AMOR Y DE CUIDADO, modifica estas GENUINAS vivencias para adaptarlas al marco de referencia que le es transmitido desde el exterior. Es decir, hace suyas las valoraciones que proceden de su entorno, lo que inevitablemente lo aboca a UNA NEGACIÓN DE SI MISMO Y DE SU MARCO DE REFERENCIA PERSONAL. El referente, que naturalmente debería ser su YO REAL, pasa a depositarse en un YO IDEAL, que es un constructo artificial desde el cual el niño se siente amado y aceptado incondicionalmente. Esto, obviamente, provoca una considerable distorsión. La persona ya no actúa desde sí mismo sino desde alguien que No Es. De modo que se precipita a un contexto de auto negación que genera angustia y sufrimiento. Paga el coste de ser amado a cambio de negarse a sí mismo.
Por lo tanto, de lo que se trata, desde este modelo terapéutico, es de permitir que el paciente pueda tomar contacto con su YO REAL, es decir, que flexibilice su IDEA DEL YO y, en última instancia, que pueda flexibilizar tanto su yo como para permitirse VALIDAR SUS EXPERIENCIAS EN EL AQUÍ Y AHORA, sin condicionamientos acerca de cómo deberían o no ser las cosas.
Como se puede observar, el planteamiento de Rogers se basa en el hecho de que si el individuo es aceptado de un modo incondicional, la propia tendencia actualizante del mismo le llevará a desarrollarse de un modo sano y pleno. De algún modo Rogers nos remite a que debemos proporcionar al paciente un entorno que, en el contexto budista, podríamos considerar de bondad fundamental, un ámbito de apertura y aceptación que dé lugar al espacio necesario para que la persona pueda desplegarse en toda su plenitud. Una plenitud que, en el marco budista, se podría homologar al reconocimiento de su propia naturaleza búdica. Es decir, de lo que se trata, como dice CTR, es de una tener una actitud de aceptación completa de lo que somos y, desde esa presencia, inspirar esta cualidad en el paciente. Cultivando la calidez y la no violencia hacia nosotros podremos despertar la bondad fundamental innata en nuestro paciente. Como podemos ver, se pueden establecer bastantes paralelismos sobre el concepto de salud mental entre ambas perspectivas y también en cuanto a la operativización del proceso terapéutico, al menos en lo que concierne al encuadre contextual de la praxis.
¿Cómo integrar estas dos perspectivas en el trabajo terapéutico?
Antes de entrar de lleno en esta posibilidad, como ya que hemos enumerado sucintamente dónde incide el proceso de sanación desde el ángulo budista, mencionaré brevemente cómo se realiza este proceso desde la perspectiva rogeriana. Como ya hemos dicho, las herramientas fundamentales del trabajo terapéutico rogeriano son las actitudes básicas del terapeuta: EMPATÍA, ACEPTACIÓN INCONDICIONAL y CONGRUENCIA. Sin embargo, el instrumento por excelencia es la Congruencia, lo que Rogers define como un estado de sintonía entre lo que se siente, se piensa y se actúa. Es decir, un estado de AUTENCIDAD y de congruencia entre el cuerpo y la mente, equiparable a lo que CTR nos refiere como Honestidad del terapeuta. Pero, ¿en qué consiste concretamente esta herramienta? Pues, precisamente en el propio terapeuta. En su capacidad de estar plenamente PRESENTE y aceptando su experiencia de un modo genuino, incondicional y sin juicios. En palabras de CTR, podríamos decir que el terapeuta reconoce su propia DIGNIDAD HUMANA. La dignidad de ser, nada más ni nada menos, que lo que UNO ES. De manera que pueda colocar ésta dignidad en su relación con el paciente.
Como podemos ver hay bastantes similitudes entre lo que postula CTR y lo que nos dice Rogers. También en relación a la importancia que éste último otorga a la necesidad del trabajo personal de aceptación de sí mismo por parte del terapeuta. Si el psicólogo pretende utilizar su presencia como herramienta, es imprescindible que haya desarrollado ésta cualidad en sí mismo. Destacamos pues que, ya que lo que se aplica aquí no son simplemente técnicas sino que el aparejo de trabajo es, por excelencia, la propia presencia y actitud, es imposible aplicar este modelo sin haber pasado previamente por la experiencia de contactar con estas cualidades. En este contexto, lo que la teoría de Rogers nos propone es que recién a partir del cultivo de estas actitudes de congruencia, de empatía y de aceptación incondicional hacia nosotros mismos, entonces podemos brindar estas cualidades al paciente.
A través de estas actitudes el paciente podrá percibir: por un lado, una aceptación incondicional hacia su persona; por otro, nuestra capacidad de colocarnos en su marco de referencia para comprender y validar (que no es compartir) su visión del mundo y; por último, que está delante de una persona Honesta y Auténtica para con sí misma y para con el propio paciente. El efecto que produce este entorno de aceptación incondicional es que el paciente podrá ir abriéndose a todos aquellos contenidos que fueron relegados al inconsciente con el objetivo de obtener amor y cuidados de sus padres. Es decir, esto posibilitará que el paciente vaya dejando atrás su IDEA DEL YO Y DE QUIÉN ÉS, para aproximarse y acceder a su YO REAL. Tomando así contacto con las necesidades genuinas que emergen de sí. Un camino de exploración de sí mismo hacia territorios desconocidos, un trabajo de valentía y apertura en el que nosotros nos comprometemos a acompañarlo en su recorrido. En este caso nuestra PRESENCIA, con mayúsculas, resulta fundamental en el sentido que puede aportar las cualidades de Autenticidad, Lucidez, Apertura, Amor y Compasión, de las que nos hablaba el Dr. Chevassut. De manera que podamos acompañar al paciente en el recorrido de este sendero de re-descubrimiento de estas cualidades en sí mismo.
De este modo, a partir de nuestra aceptación incondicional, el paciente se sentirá más seguro para explorar y conectar con aquellos aspectos de sí mismo que fueron negados. De lo que se trata es de que, a través de esta aceptación externa, el paciente pueda paulatinamente aceptarse a sí mismo. Lo que intentamos concretamente, es fomentar su propia Congruencia. Y siempre desde una perspectiva no violenta, con la certeza de que, proporcionando un entorno adecuado, él mismo encontrará la manera de desarrollar su tendencia actualizante de un modo natural y sano; de forma similar a lo que nos propone CTR en lo que se refiere a proporcionar un entorno imbuido de MAITRI para que la BONDAD FUNDAMENTAL pueda ser reconocida.
La meditación.
Por último me gustaría mencionar brevemente un elemento para mí fundamental del trabajo terapéutico que está relacionado con la meditación. Personalmente creo, como dice CTR, que la salud en general está relacionada con la sintonía cuerpo-mente, con el estar “presente” en el cuerpo, lo que implica poder desarrollar la capacidad de permanecer en el “aquí” y el “ahora”. En este sentido, la meditación es una herramienta poderosísima para promover esta salud del presente, para fomentar la congruencia. En mi opinión es posible introducir a los pacientes en este terreno de diversos modos, algunos más tradicionales y otros de una manera más secular y natural. Dada la popularidad que esta metodología tiene en la actualidad y la cantidad de estudios científicos que hay al respecto, es probable que podamos tener cierto éxito en plantear este tema. Pero, sea como sea, lo que realmente nos interesa no es “implantar” nada nuevo, sino acompañar al paciente en su aproximación a SÍ MISMO. A ese estado natural de presencia y dignidad. En este aspecto, la meditación es simplemente una herramienta para promover esta sintonía y, como argumenta D. Siegel, puede lograrse no sólo a través de la práctica personal (en la nos sintonizaríamos en nosotros mismos) sino que existe también un tipo de sintonía “interpersonal” que sería como el estímulo de la congruencia a través del contacto con la autenticidad de otro. En definitiva, para resumir y concluir, la meditación es un gran recurso para lograr conocerse a sí mismo y es por eso que, en mi caso, también es una herramienta fundamental del proceso de crecimiento tanto para uno mismo como para el paciente.
Copyright © 2014 Esteban Andrés Galliera Elizalde